viernes, 31 de octubre de 2014

EL BUSCADOR




Cementerio de Montparnasse, París.

"Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador...

Un buscador  es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra.
Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. 
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir.  Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada. 
Una portezuela de bronce lo  invitaba a entrar. 
De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. 
El buscador traspasó  el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. 
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor.
Sus ojos eran los de  un buscador, quizá por eso descubrió, aquella inscripción sobre una de las piedras: 


“Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. 

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra: era una lápida. 
Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar. 
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía: 


“Llamar  Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. 

El buscador se sintió terriblemente conmocionado.  Aquel hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una tumba. 
Una por una, empezó a leer las lápidas.
Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. 
Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. 
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. 

El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó. 
Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
- No, por ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué  pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo  ha obligado a construir un cementerio de niños?.
El anciano sonrió y dijo: 
-Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: 
<< Cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue del cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: 


A la izquierda que fue lo disfrutado.
A la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. 

Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, ¿Dos?, ¿Tres semanas  y media?… 
Y después… la emoción del primer beso, ¿Cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … 
¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? 
¿Y el casamiento de los amigos…? 
¿Y el viaje más deseado…?
¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?
¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas?, ¿Días?

Así vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos... Cada momento.

Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.>> "

"El buscador", Jorge Bucay


Montparnasse, camuflado entre las calles de París, desprende el ambiente romántico, la sensación del paso del tiempo, la paz y tranquilidad propias del cementerio en cuyas lápidas se puede leer los nombres de grandes filósofos y escritores de la historia. 

Visitando este lugar me vino a la mente esta pequeña historia y la joven adolescente que hace unos años la descubrió en uno de los libros de su estantería. He de confesar que el final me sorprendió, "Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido". Es cierto, tenemos que disfrutar y valorar los buenos momentos, pero no por ello deberíamos despreciar aquellos que, haciéndonos sufrir, también nos hacen crecer, aprender de los errores y valorar nuestra suerte. 

¿Y qué mejor lugar para pensar en ello que el cementerio de Montparnasse? Donde el tiempo se para, permitiéndonos apreciar la belleza en la tristeza y la melancolía.






















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